Anthony De Mello es un personaje inclasificable – pero que irá encontrando su lugar con el transcurso del tiempo. Nacido en India en 1931, y fallecido en Nueva York en 1987 -dónde estaba impartiendo un curso, se formó como sacerdote jesuita en su India natal, para pasar a abrir un centro de orientación pastoral en Lonavla, al mismo tiempo que escribía su primer libro sobre meditación y ejercicios espirituales.
De mente inquieta y casi revolucionaria, De Mello prosiguió su formación personal interesándose por diversas tradiciones religiosas asiáticas y del Medio Oriente. Captó enseguida que los cuentos y los pequeños relatos -nacidos en la profunda noche de los tiempos, como una forma de transmisión de enseñanzas-, seguían siendo tan útiles y necesarios hoy en día como lo habían sido siempre. Es por ello que muchos de los libros que siguió escribiendo De Mello fueron una recopilación y adaptación de estas enseñanzas de origen sufí y zen, relatos del medio oriente, dichos y hechos que aparecen en las leyendas hindúes, y también de las mismas enseñanzas cristianas y judías.
El común denominador entre todos estos cuentos breves -generalmente de una sola página- es su cualidad paradójica. Con ello, Toni pretendía ofrecer un revulsivo a las personas que sentían un interés en la espiritualidad, pero que tenían las mentes adormecidas: consciente del embotamiento que había producido en el cristianismo occidental décadas de formalismo moral y doctrinal, sabía que para que la fuente de los prodigios brotara de nuevo hacía falta remover los rescoldos del fondo del pozo. Y este es el efecto que producen sus narraciones: una confusión paradójica que apunta a un despertar.
Tarde o temprano estas enseñanzas tradicionales -y revolucionarias- encontraron sus detractores, que acusaron a De Mello de olvidar el aspecto formal de la religión cristiana para lanzarse a una exploración sin límites que diluía las enseñanzas de unas y otras religiones. Algo de cierto habrá en ello, pues algunos cuentos apuntan a un lugar que va más allá de la doctrina: abren un espacio al misticismo, en el que encuentran su fuente diversas tradiciones espirituales. Aun así, y quizás por este motivo, la aceptación popular de sus libros ha sido más que fenomenal: han sido traducidos a más de 40 idiomas de todo el mundo, y muchas personas -cristianas o agnósticas-, han reconocido que Anthony De Mello tendió un puente espiritual entre oriente y occidente -un puente que tiene circulación en ambos sentidos.